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OIA
JOURNAL

Una colección de historias y
reflexiones enfocadas en
bienestar, espiritualidad,
sociedad y cultura.

Habitar

Laura Conde | 12 de Mayo

Durante el último mes largo, que llevo en el campo, he ido atando cabos.  Entendiendo profundamente el proceso que he venido teniendo a lo largo de mi vida y los pequeños procesos que se han desarrollado a través de éste.  OIA nace justamente como un cuestionamiento de cómo habitamos la Tierra, y desde ahí observamos cómo habitamos nuestros cuerpos, nuestros hogares, nuestro país, e inclusive cómo habitamos el cosmos.  Si partimos de que todo en el Universo, Multiverso, es parte de una acción-reacción, causa-efecto, podemos darnos cuenta de que somos partícipes de la existencia misma.  No sólo de la existencia de la vida como la conocemos, sino en todos los niveles de consciencia y la trascendencia que va más allá de lo que la mente racional puede entender, y es ahí donde permeamos el Universo del Espíritu, de lo intangible en este plano físico.

Desde niña, al verme fascinada por la naturaleza que me rodeaba al crecer, sabía que iba a trabajar en algo, cuando fuera grande, que tuviera que ver con la Naturaleza.  Decía que iba a ser veterinaria, pues tenía un cierto magnetismo con los animales, siempre los recogía en la calle y me seguían a donde iba.  Pasaba los días subida en los árboles, con los patos, los conejos, los perros, eran todos ellos mis mejores amigos.  Esta sensibilidad, no sé cómo ni cuándo se desarrolló, o si nací con ella, probablemente fue así.  De la misma manera, era muy sensible a las energías que me rodeaban, a veces entraba en estados de pánico, pues había cosas que no podía explicar con la mente racional, que me llevaban a experimentar emociones muy fuertes y sentimientos que me abrumaban.  Durante mi adolescencia, intentando escapar de mi sensibilidad, pues soy una persona híper empática, desarrollé un escudo y con él, me sumergí en un mundo bastante superficial, que giraba en torno a las relaciones sociales y en especial a los elevados abusos de licor.  Me encontré con relaciones tormentosas y dañinas, empezando por la que tenía conmigo misma.

Cuando estaba en el proceso de decidir qué estudiar en la Universidad, pues en mi casa no se cuestionó la ida a la universidad, mis padres me dijeron que debía estudiar una ingeniería como mi hermano.  Dentro de mi joven y confundida mente, no tenía ni idea hacia dónde quería ir, lo que sí sabía, porque siempre lo supe, es que tenía que ver con la naturaleza.  Entonces fue ahí donde supe que iba a estudiar Ingeniería Ambiental, ya que era una ingeniería y tenía que ver con el medio ambiente.

Al graduarme del colegio, emprendí mi año sabático en París, Francia.  Un año para seguir profundizando en ese mundo superficial, válgase la paradoja; de mucha fiesta, excesos, pero donde pude experimentar vivir en otra cultura, abrir mis ojos al mundo de otra forma.  En la capital de las artes y la cultura, me sumergí en los museos, en las actividades culturales, viajé a lugares increíbles llenos de historia y hasta lugares remotos como Islandia.  Expandí mi mente y mis horizontes de mil maneras y me pude empezar a conocer un poco más.

Mis primeros semestres de la Universidad, en Bogotá, fueron bastante difíciles, me faltaba dedicación, pues no encontraba pasión en lo que estaba estudiando, y fue ahí que decidí empezar mi opción (minor) en Biología.  Se abrió un nuevo mundo ante mis ojos.  Supe que había nacido para eso, que había nacido para estudiar la Naturaleza.  No me había transformado en la más aplicada aún, pero pude entrar en el disfrute y encontrar esa llama interior que estaba más prendida que nunca al leer, escuchar, experimentar con la naturaleza.  Después de un semestre, empecé Biología como mi segunda carrera y no sólo como una opción.  Unos semestres más tarde, después de haber hecho el ciclo básico de Biología, haber viajado a los llanos orientales a buscar babillas en los morichales (oasis de la Orinoquía colombiana), anacondas, haber atrapado y estudiado murciélagos, después haber sido atacada por los animales más voraces que jamás he conocido, los coloraditos (<a href=”https://es.wikipedia.org/wiki/Trombiculidae”>https://es.wikipedia.org/wiki/Trombiculidae</a>); después de haberme sumergido con tiburones en Providencia y buscar hasta el más pequeño invertebrado de la isla, decidí irme de intercambio a Australia.  En ese momento, ya había pasado algo muy interesante en mi vida, había encontrado una práctica que me había cautivado y en la que día tras día me veía habitándome y transformándome a través de ella, el yoga.

Australia había estado en mi mente por muchos años, no entendía aún por qué, sabía muy poco del país, pensaba que era una isla-desierto al lado del mar, pero no sabía nada más.  Tanto así, que al llegar a Sydney, me sorprendió encontrarme con una ciudad fría y lluviosa, pues en los desiertos no llueve tanto.  Después de un semestre en Sydney, decidí transferirme de Universidad y terminar mis estudios allá, ahora en Ingeniería Ambiental y Ciencias Marinas, pues el mar había sido siempre una de mis pasiones, tanto que de muy joven fantaseaba con que era sirena cada vez que me sumergía en el agua.

Todo esto lo cuento con el fin de entender el mensaje detrás de este escrito, el habitar. Fue a través de esa historia personal que me cuestioné y empecé a entender el significado de esta palabra.  En mi tiempo en Sydney, alejada de todo lo que conocía, empecé a habitarme de manera consciente, de integrar todo lo que había vivido hasta ese momento para entender que el habitar mi cuerpo, era lo mismo que habitar el Planeta, el Cosmos, y que esas interrelaciones eran mucho más profundas y complejas de lo que jamás había pensado.  De la forma en cómo me dedicaba a educar, estudiar y encontrar formas para salvar y habitar el planeta de una manera consciente, basada en la sostenibilidad y la conservación de los recursos, era lo mismo que debía y empezaba a hacer con mi cuerpo.

Así, el yoga, las prácticas espirituales, la profunda conexión con la naturaleza, con mi cuerpo, fueron dando forma a este colectivo, que les presento hoy.  A través de mi relación con la alimentación, con las plantas medicinales, con suplementos naturales, con el movimiento consciente al que el yoga te invita, con el conocimiento de las culturas ancestrales, fui armando un rompecabezas.  Empecé a encajar en mi propio cuerpo, dejé de tomar todos los medicamentos con los que pensé nunca habría podido resistir vivir.  Sufría de gastritis y estreñimiento crónicos, tuve dos úlceras, me enfermaba de todas las gripas y virus que estuvieran cerca a mí; sufría de endometriosis, lo cual me habían dicho nunca se me curaría hasta que quedara embarazada, y eso si lograba quedar embarazada porque uno de los efectos que puede tener la endometriosis es la esterilidad y la solución había sido tomar pastillas anticonceptivas por 11 años.  Y así, entendiendo mi cuerpo, escuchando mi intuición, relacionándome cada vez más profundamente con el ambiente y el mundo natural del que yo también hacía parte, pude ir dejando una tras otra, todas estas medicinas de las cuales era dependiente.

Hubo muchas personas que hicieron parte de este proceso, entre ellas mis primeros maestros de yoga, Yesid y Diana.  Mi gran amiga, bruja sanadora y hermana del alma, Nathalie; mi otra gran amiga y guía, Pilar; mi gran maestra, jefe y guía Geraldene, quien más adelante se convirtió en mi madre putativa en Australia.  Después vinieron, mis amadas maestras Maria Luisa y Danielle, quiénes ahora son más bien parte de mi familia.  Mis maestras Elsa y Mónica.  Mi otra hermana del alma, bruja colibrí, Verónica; y hace poco, mi sifu, Piti.  Pero antes que todos ellos, mis más grandes maestros, mi familia.  Mi padre artista, biólogo aficionado, bohemio e intelectual; mi hermano ejecutivo, el ingeniero, brillante y ultra racional, con su gran corazón; mi hermanita que con su gozo, inocencia y sensibilidad logra encontrar el punto medio; y mi amada madre, mujer súper-poderosa, intuitiva, atrapada por decisión propia en el mundo de la economía, el cual disfruta enormemente, pero a veces le hace su doble jugada pues la lleva a un espacio de desconexión y excesiva racionalidad.  Todos ellos, y todos los que me acompañaron y acompañan en el camino hasta hoy, mis hermanas del alma; todos los que me soportan desde atrás, mis abuelos, mis antepasados; todo el conocimiento y conexión que tuve y sigo teniendo con culturas ancestrales, y todo este complejo universo de sabiduría, de interconexiones, este TODO que me lleva en su caudal, han sido parte del proceso para llegar hoy, a OIA.

A partir de ésta, mi propia semblanza, muestro cómo es el Habitar, mi Habitar.  Entender la terminología indígena de los Andes, reciprocidad sagrada, en donde todos somos parte del todo, así como el todo es parte de nosotros mismos.  El poder entrar en la conexión con ese fluir sagrado de la vida, con todo lo que es aquí, ahora, pues es donde el pasado y el futuro convergen y se forma la presencia, en el presente.  De cómo podemos ser partícipes, de manera consciente de nuestra propia realidad.  De qué formas podemos habitar nuestros cuerpos, nuestros hogares, nuestras familias, nuestros trabajos, comunidades, país, planeta y cosmos, para aportar a un bien mayor que termina siendo el mismo en todos los ámbitos y para todos nosotros.  Es esa la semilla de la cual nace OIA y esta reflexión del habitar, la cual cultivamos a través de la experiencia propia y de la humildad de entender que juntos seguimos aprendiendo, creciendo, entendiendo, expandiendo y siendo.  Es ahí en donde creamos un colectivo para iluminarnos y nutrirnos los unos a los otros, de todas estas experiencias transformadoras, de conocimientos de los planos más sutiles y de los más tangibles, para ayudar al ser a encontrar su propio poder y luz interior.  Un colectivo con herramientas para darle más sentido a esta vida que transitamos y desde la reciprocidad sagrada, dar y recibir.  A encontrarnos en la unión y no en la separación, pues durante mi formación científica, fue en esos laboratorios donde a través del lente de un microscopio, al ver las células vegetales en movimiento, me encontré cara a cara con Dios.

OIA: One is All, All is One. Todo es uno, Uno es todo.

Habitar

Laura Conde | 12 de Mayo

Durante el último mes largo, que llevo en el campo, he ido atando cabos.  Entendiendo profundamente el proceso que he venido teniendo a lo largo de mi vida y los pequeños procesos que se han desarrollado a través de éste.  OIA nace justamente como un cuestionamiento de cómo habitamos la Tierra, y desde ahí observamos cómo habitamos nuestros cuerpos, nuestros hogares, nuestro país, e inclusive cómo habitamos el cosmos.  Si partimos de que todo en el Universo, Multiverso, es parte de una acción-reacción, causa-efecto, podemos darnos cuenta de que somos partícipes de la existencia misma.  No sólo de la existencia de la vida como la conocemos, sino en todos los niveles de consciencia y la trascendencia que va más allá de lo que la mente racional puede entender, y es ahí donde permeamos el Universo del Espíritu, de lo intangible en este plano físico.

Desde niña, al verme fascinada por la naturaleza que me rodeaba al crecer, sabía que iba a trabajar en algo, cuando fuera grande, que tuviera que ver con la Naturaleza.  Decía que iba a ser veterinaria, pues tenía un cierto magnetismo con los animales, siempre los recogía en la calle y me seguían a donde iba.  Pasaba los días subida en los árboles, con los patos, los conejos, los perros, eran todos ellos mis mejores amigos.  Esta sensibilidad, no sé cómo ni cuándo se desarrolló, o si nací con ella, probablemente fue así.  De la misma manera, era muy sensible a las energías que me rodeaban, a veces entraba en estados de pánico, pues había cosas que no podía explicar con la mente racional, que me llevaban a experimentar emociones muy fuertes y sentimientos que me abrumaban.  Durante mi adolescencia, intentando escapar de mi sensibilidad, pues soy una persona híper empática, desarrollé un escudo y con él, me sumergí en un mundo bastante superficial, que giraba en torno a las relaciones sociales y en especial a los elevados abusos de licor.  Me encontré con relaciones tormentosas y dañinas, empezando por la que tenía conmigo misma.

Cuando estaba en el proceso de decidir qué estudiar en la Universidad, pues en mi casa no se cuestionó la ida a la universidad, mis padres me dijeron que debía estudiar una ingeniería como mi hermano.  Dentro de mi joven y confundida mente, no tenía ni idea hacia dónde quería ir, lo que sí sabía, porque siempre lo supe, es que tenía que ver con la naturaleza.  Entonces fue ahí donde supe que iba a estudiar Ingeniería Ambiental, ya que era una ingeniería y tenía que ver con el medio ambiente.

Al graduarme del colegio, emprendí mi año sabático en París, Francia.  Un año para seguir profundizando en ese mundo superficial, válgase la paradoja; de mucha fiesta, excesos, pero donde pude experimentar vivir en otra cultura, abrir mis ojos al mundo de otra forma.  En la capital de las artes y la cultura, me sumergí en los museos, en las actividades culturales, viajé a lugares increíbles llenos de historia y hasta lugares remotos como Islandia.  Expandí mi mente y mis horizontes de mil maneras y me pude empezar a conocer un poco más.

Mis primeros semestres de la Universidad, en Bogotá, fueron bastante difíciles, me faltaba dedicación, pues no encontraba pasión en lo que estaba estudiando, y fue ahí que decidí empezar mi opción (minor) en Biología.  Se abrió un nuevo mundo ante mis ojos.  Supe que había nacido para eso, que había nacido para estudiar la Naturaleza.  No me había transformado en la más aplicada aún, pero pude entrar en el disfrute y encontrar esa llama interior que estaba más prendida que nunca al leer, escuchar, experimentar con la naturaleza.  Después de un semestre, empecé Biología como mi segunda carrera y no sólo como una opción.  Unos semestres más tarde, después de haber hecho el ciclo básico de Biología, haber viajado a los llanos orientales a buscar babillas en los morichales (oasis de la Orinoquía colombiana), anacondas, haber atrapado y estudiado murciélagos, después haber sido atacada por los animales más voraces que jamás he conocido, los coloraditos (<a href=”https://es.wikipedia.org/wiki/Trombiculidae”>https://es.wikipedia.org/wiki/Trombiculidae</a>); después de haberme sumergido con tiburones en Providencia y buscar hasta el más pequeño invertebrado de la isla, decidí irme de intercambio a Australia.  En ese momento, ya había pasado algo muy interesante en mi vida, había encontrado una práctica que me había cautivado y en la que día tras día me veía habitándome y transformándome a través de ella, el yoga.

Australia había estado en mi mente por muchos años, no entendía aún por qué, sabía muy poco del país, pensaba que era una isla-desierto al lado del mar, pero no sabía nada más.  Tanto así, que al llegar a Sydney, me sorprendió encontrarme con una ciudad fría y lluviosa, pues en los desiertos no llueve tanto.  Después de un semestre en Sydney, decidí transferirme de Universidad y terminar mis estudios allá, ahora en Ingeniería Ambiental y Ciencias Marinas, pues el mar había sido siempre una de mis pasiones, tanto que de muy joven fantaseaba con que era sirena cada vez que me sumergía en el agua.

Todo esto lo cuento con el fin de entender el mensaje detrás de este escrito, el habitar. Fue a través de esa historia personal que me cuestioné y empecé a entender el significado de esta palabra.  En mi tiempo en Sydney, alejada de todo lo que conocía, empecé a habitarme de manera consciente, de integrar todo lo que había vivido hasta ese momento para entender que el habitar mi cuerpo, era lo mismo que habitar el Planeta, el Cosmos, y que esas interrelaciones eran mucho más profundas y complejas de lo que jamás había pensado.  De la forma en cómo me dedicaba a educar, estudiar y encontrar formas para salvar y habitar el planeta de una manera consciente, basada en la sostenibilidad y la conservación de los recursos, era lo mismo que debía y empezaba a hacer con mi cuerpo.

Así, el yoga, las prácticas espirituales, la profunda conexión con la naturaleza, con mi cuerpo, fueron dando forma a este colectivo, que les presento hoy.  A través de mi relación con la alimentación, con las plantas medicinales, con suplementos naturales, con el movimiento consciente al que el yoga te invita, con el conocimiento de las culturas ancestrales, fui armando un rompecabezas.  Empecé a encajar en mi propio cuerpo, dejé de tomar todos los medicamentos con los que pensé nunca habría podido resistir vivir.  Sufría de gastritis y estreñimiento crónicos, tuve dos úlceras, me enfermaba de todas las gripas y virus que estuvieran cerca a mí; sufría de endometriosis, lo cual me habían dicho nunca se me curaría hasta que quedara embarazada, y eso si lograba quedar embarazada porque uno de los efectos que puede tener la endometriosis es la esterilidad y la solución había sido tomar pastillas anticonceptivas por 11 años.  Y así, entendiendo mi cuerpo, escuchando mi intuición, relacionándome cada vez más profundamente con el ambiente y el mundo natural del que yo también hacía parte, pude ir dejando una tras otra, todas estas medicinas de las cuales era dependiente.

Hubo muchas personas que hicieron parte de este proceso, entre ellas mis primeros maestros de yoga, Yesid y Diana.  Mi gran amiga, bruja sanadora y hermana del alma, Nathalie; mi otra gran amiga y guía, Pilar; mi gran maestra, jefe y guía Geraldene, quien más adelante se convirtió en mi madre putativa en Australia.  Después vinieron, mis amadas maestras Maria Luisa y Danielle, quiénes ahora son más bien parte de mi familia.  Mis maestras Elsa y Mónica.  Mi otra hermana del alma, bruja colibrí, Verónica; y hace poco, mi sifu, Piti.  Pero antes que todos ellos, mis más grandes maestros, mi familia.  Mi padre artista, biólogo aficionado, bohemio e intelectual; mi hermano ejecutivo, el ingeniero, brillante y ultra racional, con su gran corazón; mi hermanita que con su gozo, inocencia y sensibilidad logra encontrar el punto medio; y mi amada madre, mujer súper-poderosa, intuitiva, atrapada por decisión propia en el mundo de la economía, el cual disfruta enormemente, pero a veces le hace su doble jugada pues la lleva a un espacio de desconexión y excesiva racionalidad.  Todos ellos, y todos los que me acompañaron y acompañan en el camino hasta hoy, mis hermanas del alma; todos los que me soportan desde atrás, mis abuelos, mis antepasados; todo el conocimiento y conexión que tuve y sigo teniendo con culturas ancestrales, y todo este complejo universo de sabiduría, de interconexiones, este TODO que me lleva en su caudal, han sido parte del proceso para llegar hoy, a OIA.

A partir de ésta, mi propia semblanza, muestro cómo es el Habitar, mi Habitar.  Entender la terminología indígena de los Andes, reciprocidad sagrada, en donde todos somos parte del todo, así como el todo es parte de nosotros mismos.  El poder entrar en la conexión con ese fluir sagrado de la vida, con todo lo que es aquí, ahora, pues es donde el pasado y el futuro convergen y se forma la presencia, en el presente.  De cómo podemos ser partícipes, de manera consciente de nuestra propia realidad.  De qué formas podemos habitar nuestros cuerpos, nuestros hogares, nuestras familias, nuestros trabajos, comunidades, país, planeta y cosmos, para aportar a un bien mayor que termina siendo el mismo en todos los ámbitos y para todos nosotros.  Es esa la semilla de la cual nace OIA y esta reflexión del habitar, la cual cultivamos a través de la experiencia propia y de la humildad de entender que juntos seguimos aprendiendo, creciendo, entendiendo, expandiendo y siendo.  Es ahí en donde creamos un colectivo para iluminarnos y nutrirnos los unos a los otros, de todas estas experiencias transformadoras, de conocimientos de los planos más sutiles y de los más tangibles, para ayudar al ser a encontrar su propio poder y luz interior.  Un colectivo con herramientas para darle más sentido a esta vida que transitamos y desde la reciprocidad sagrada, dar y recibir.  A encontrarnos en la unión y no en la separación, pues durante mi formación científica, fue en esos laboratorios donde a través del lente de un microscopio, al ver las células vegetales en movimiento, me encontré cara a cara con Dios.

OIA: One is All, All is One. Todo es uno, Uno es todo.